lunes, 26 de marzo de 2012

La Campesina

Había una vez, en un reino no tan lejano, una campesina que vivía en una diminuta aldea. Dicha campesina era bastante más inteligente que la mayoría su gente y por ello aspiraba a una existencia con algo más: aspiraba a vivir en un lugar sin olor a cerdos ni repleto de insectos, aspiraba a llevar ropajes caros con fragancias exóticas, aspiraba a no tener que sobreexplotarse para conseguir algo con lo que alimentarse, aspiraba a almacenar centenares de libros sobre maravillas del mundo que tanta gente de su tiempo desconocía.

La campesina, diariamente, luchaba incansable para cambiar sus circunstancias natales y las de sus iguales; hablaba con los aldeanos para animarles a pelear por un jornal más elevado, trataba de enseñar a leer y culturizar a las juventudes de donde vivía, intentaba motivar y estimular la ambición de sus gentes... Pero todos sus esfuerzos eran vanos, pues nadie se molestaba en escucharla o prestarle la más mínima atención. Tal vez actuaban así con ella porque la campesina era la menos agraciada de la aldea; la típica joven a la que nadie vislumbraría dos veces si se cruzara por su camino. La mayoría de aldeanos, ni siquiera se preocupaban en mirarla a los ojos cuando hablaba, pues actuaban como si no mereciera la pena observar el fondo de su pupila y tratar de desentrañar el misterio de ésta.

Un día, la campesina, cansada del vacío al que la sometía sus gentes decidió huir; tenía la intención de partir a algún lugar lejano en el cual pudiera formarse y triunfar. De este modo podría regresar como mujer exitosa y enseñarle a los aldeanos el resultado de su esfuerzo. Así pues partió hacia Nox, la ciudad más cercana a su aldea. Tenía planeado buscar un trabajo con el que mantenerse a la par que lo compaginaba con sus estudios.

De camino a Nox dio con una cueva, la cual decidió ignorar, temerosa de encontrarse con algún lobo en su interior. Desgraciadamente, justo antes de que desviara su camino fuera de la cueva empezó a llover; cayeron estruendorosos truenos y granizada agua de las furiosas nubes. La campesina, en aquel desgarrador instante, tuvo la sensación de que su Dios deseaba que entrara en aquella inquietante cueva, así que con pasos indecisos se inmiscuyó en las oscuras entrañas de la angosta cavidad rocosa.

En el fondo, tras un puñado de estalactitas y estalagmitas, se encontró con un ataúd negro de madera de roble. La campesina, pensó que era incoherente aquella tumba pues parecía ser de alguna persona lo bastante importante para tener un ataúd caro, y a la vez lo suficientemente insignificante para estar oculta en aquel recóndito lugar. No obstante, la campesina decidió no darle demasiada importancia a aquel hecho, ya que se hallaba preocupada por cuál sería el precio a pagar por mancillar el descanso eterno de un difunto.

Asustada, se aproximó adonde estaba el ataúd, y posó su mano derecha sobre la húmeda y mohosa tapa. Acto seguido, cerró los ojos con suavidad y rezó un Ave María.

La campesina chilló aterrorizada cuando la tapa del ataúd cayó al suelo mostrando un cuerpo aborrecedoramente perfecto. Era Athan. Asustada, la campesina examino exhaustivamente el ente del vampiro, percatándose entonces de que la leyenda era cierta.

Athan, débil por su largo letargo abrió sus ojos rojo sangre para vislumbrar los de la campesina. Eran marrones; de un tono miel, dulce y enternecedor. Posiblemente, toda la beldad que le faltaba a la campesina —toda la viveza y la expresividad que mucha gente le echaba en falta—, se hallaba oculta en sus ojos.

El vampiro, por primera vez en muchos años sonrió y reflexionó sobre lo que era la hermosura y la belleza en sí. ¿Realmente valía la pena tener perfección absoluta si tras ella no había nada? Si tras ella no había inteligencia; cariño; comprensión; dulzura; o tenacidad. Athan colocó su mano derecha sobre el rostro común y mortal de la campesina, deleitándose por el tacto dulce y suave de una piel morena y repleta de manchas por un claro exceso de sol.

—Eres especial —dijo Athan.

La campesina, embotada, no respondió; en sus entrañables ojos se podía ver el miedo, la incertidumbre y la ansiedad. El vampiro se incorporó y besó el cuello de la campesina clavando en él, seguidamente, sus afilados colmillos.

De este modo, el vampiro Athan le transmitió su don de la inmortalidad junto a la hermosura, a la par que la campesina le otorgó la vida y el sentimiento de lucha que al vampiro tanta falta le hacía.




Ahora ambos, juntos, podían aliarse para cumplir sus propósitos: la campesina podía ser una mujer culta y llevar una buena vida, y el vampiro Athan podía aprender, de nuevo, lo que es vivir.





2 comentarios:

  1. Sin palabras, la dulzura y a la vez el drama me han dejado sin palabras.
    Mi más merecida enhorabuena,

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    1. Muchísimas gracias. Me alegra que te agradara el relato.

      Un beso.

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